jueves, 13 de enero de 2011

Está en mi

Arrimo la silla a la ventana mientras saco el mechero de mi bolsillo, me siento y prendo un cigarro esperando ahogar en él todo lo que pasa por mi mente, y en medio del humo, sólo veo cada uno de los recuerdos que tengo de él. Huyo a la azotea, y allá en lo alto, me doy cuenta de que no quiero verle, pero está en donde quiera que mire, en su refugio, que se ve a lo lejos, aparcando el coche ahí al lado, cruzando el pase de peatones cogido de mi mano, caminando por la acera con su brazo rodeando mi cintura, en el portal, esperando a que abra la puerta, en las escaleras, haciéndose el chulo porque ya no le cuesta subir los mil escalones, la costumbre,... en el salón, saludando a los demás, en la cocina, con las escusa de pedirme un vaso para robarme un beso, en mi cuarto, asomado a la ventana por las mañanas para ver qué tal está el día, en mi cama, haciéndome cosquillas, jugando con mi pelo, llamándome con los mil motes diferentes que me decía,...
y no quiero verlo, pero siempre está ahí. Hasta en la música que escucho. Está en mi.
Y lo odio, odio que sea así, odio que sea tan infantil, tan rematadamente estúpido, inmaduro, niñato, imbécil, chulo, pasota, orgulloso, y así mil cosas... pero lo que más odio, lo que más más odio, es lo indescriptiblemente guapo que es, su jodida sonrisa que le llena la cara, sus condenados ojos que cuando te miran te dejan sin respiración, su maldita forma de acariciarte, sus puñeteros besos incomparables, y cómo no, el echarle tanto de menos.


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