domingo, 22 de enero de 2012

Qué difícil es querer y no dejarse querer. Pensar que hacemos lo correcto por huir de lo que realmente queremos. No todos los días aparece alguien en tu vida dispuesto a dar todo y más por ti. Lo deseamos, deseamos con todas nuestras fuerzas que eso pase, pero somos unos ciegos, ciegos o egoístas y avariciosos. Cuando aparece, no nos damos cuenta de que está ahí, y de todo lo que hace por nosotros, y si nos damos cuenta, siempre nos parece poco y siempre queremos más. Nadie dijo nunca que darlo todo por una persona implicaba unas condiciones perfectas. Malditas condiciones que nos hacen menospreciar lo que tenemos en nuestras narices. 
Lo bueno es que a lo largo de los años, uno se da cuenta de todo lo que ha dejado escapar por no ser perfecto, por no tener las condiciones perfectas. Uno se da cuenta de que lo más perfecto que te puede pasar es disfrutar de la imperfección que alguien te pueda regalar. 
Yo, por ejemplo, me he podido dar cuenta de que no quiero un amor perfecto, no quiero un galán de Hollywood que me trate como a una reina, ni un perfecto idiota con el que nunca discutir. Yo quiero fallos, yo quiero errores, yo quiero pruebas de que es de verdad. ¿O es que acaso nos hemos olvidado de la mejor parte? Cada fallo, cada error, y cada problema de una relación, tiene su función, y no es otra que la de mejorar. No nacemos aprendidos, vamos aprendiendo a ser mejores personas al corregir nuestros errores. Y cuando estás con alguien, no es para menos, al contrario. Tienes a alguien que te ayuda a ser mejor, alguien que trata de entenderte. Y como bien dije, muchos no se dan cuenta de lo que tienen en sus narices, y prefieren quedarse solos, a apoyarse en alguien y ser mejor persona. Que ya no se trata de mejorar por nadie, sino por uno mismo. Que ya no solo es querer, que también hay que dejarse querer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario